lunes, 17 de marzo de 2008

Pequeños comienzos

Siempre habrá días buenos, como este, de cielos azules y pastos verdes, de soles que abrazan, de buenas intenciones, de pequeños comienzos. Creanme, serán los días más hermosos de su vida.

domingo, 16 de marzo de 2008

Enojo

He estado muy enojada ultimamente. Con Dios, con la vida, con mi familia, con mis amigos, conmigo misma. Enojada por cómo son las cosas, porque no puedo modificar el mundo que me rodea, porque nací en esta casa y tengo esta familia y tenemos estos fantasmas encima. He estado enojada y no me he dado cuenta. El enojo te carcome las entrañas y salpica a todos. El enojo que se ignora se te hace carne y se pudre dentro tuyo. Quiero hacer las paces, estoy muy cansada.

viernes, 14 de marzo de 2008

Recaida

Iba a hacerlo de nuevo. Lo supe desde que escuché a mi amigo decir que lo había visto. Todo lo que sucedió después fue un preludio hasta lo ya sabido. Yo, la insatisfacción, un paquete de galletas y la soledad de una casa que invitaba a la purga.
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Lo peor no fue que se lo encontrara con ella, sino el modo en el que la había descrito, enfatizando lo simpática, femenina, diminuta que era. Diminuta. No era yo. Ella, con él, esa tarde, no era yo. Ella era mi antítesis, lo que yo nunca iba a ser. La diminuta, simpática y segura chica que caminaba por las calles que yo nunca caminaré de la mano que no voy a sostener nunca más.
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Traté de pensar en otra cosa mientras viajaba en el colectivo. Pero recordé el sueño. La noche anterior soñé con él, de nuevo, ¡basta! cuando creo que estoy más allá de todo se me aparece en ese terreno incontrolable que es el sueño. Lo había soñado con ella. Había soñado un bebé por venir. Había soñado la envidia de verlos felices.
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Mi casa tenía ese aire a frustración que la impregna últimamente, el que emana de nosotros, sus habitantes. Llegar fue sumar una gota más al vaso, a esta altura el derrame era inevitable. Me senté y me lo permití. Me merecía un atracón, así lo pensé. No quería salir esa tarde. Merecía quedarme en esa casa a respirar hasta la última gota de la depresión que circula por sus pasillos. Y así me quedé.
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Ya pasó todo, el hambre desaforado, la purga, el llanto, el encierro, ya se hizo de noche, y ahora espero que mañana sea un día mejor. Me he permitido una recaída, sé que me equivoqué, lo sé, pero sigo sin encontrar otra forma de canalizar mis sentimientos. Es un vicio que tengo hace muchos años.

domingo, 9 de marzo de 2008

En recuperación

La bulimia es una enfermedad silenciosa. Mi mamá se dio cuenta de que tenía un trastorno alimenticio cuando llegó a casa y yo me había olvidado de tirar la cadena. Me llevó a ALUBA. Cuando volvimos de la primera entrevista, recuerdo muy claramente que le dije que yo no tenía que estar ahí, que había sido una sola vez y que lo podía controlar yo sola. Mi mamá me creyó. Tres años después, a los 18 años y con un historial de bulimia de 4 aproximadamente comencé un tratamiento interdisciplinario (no en ALUBA afortunadamente), gracias a mi mamá, que debe haber lamentado creerme la primera vez.
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Mi amigas nunca se dieron cuenta de mi problema, tampoco mis primas, ni mi hermano, nadie. En realidad creo que sabían que algo no andaba bien conmigo, por mis cambios de humor y mis complejos con el cuerpo, pero no le pusieron el rótulo de bulimia. De vez en cuando yo tenía ganas de contarle a todos lo que me estaba pasando. Recuerdo una vez, en un bar, borracha, dando pistas a mis amigos de que tenía un problema, al que tampoco le quería decir bulimia. La cuestión es que nadie supo nunca, quizás ni yo misma hasta que fue insostenible.
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A mí me daba vergüenza decir que tenía un trastorno alimenticio porque me parecía que era muy gorda para tenerlo, un pensamiento que encuentro tan trágico como gracioso hoy. O sea, yo estaba gorda hasta para tener bulimia. Qué tonta! pero bueno, era así. Hoy sigo haciendo cosas que entran en el rubro: boludeces. Todavía me cuesta decir que soy una bulímica en recuperación (es importante aclarar lo de "en recuperación").
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El otro día hablaba con una amiga y me di cuenta de cómo le chocaba a ella que yo hablara de mí misma como una persona enferma. Supongo que ella, que nunca tuvo ningún drama con el cuerpo, debe haber pensado que eran complejitos normales. Hoy le cuento las cosas que yo hacía y lo mal que estaba y me imagino que ella se debe preguntar cómo no lo notó, al menos yo me lo pregunto. Me hubiera gustado que mi entorno me cuidara más, pero lo cierto es que yo jamás dejé que nadie conociera más de mí de lo que yo quería. Es por eso que a veces me siento dos personas: una que realmente soy y otra, que he interpretado para los demás durante tantos años que ya no distingo cuál es cuál.