viernes, 14 de marzo de 2008

Recaida

Iba a hacerlo de nuevo. Lo supe desde que escuché a mi amigo decir que lo había visto. Todo lo que sucedió después fue un preludio hasta lo ya sabido. Yo, la insatisfacción, un paquete de galletas y la soledad de una casa que invitaba a la purga.
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Lo peor no fue que se lo encontrara con ella, sino el modo en el que la había descrito, enfatizando lo simpática, femenina, diminuta que era. Diminuta. No era yo. Ella, con él, esa tarde, no era yo. Ella era mi antítesis, lo que yo nunca iba a ser. La diminuta, simpática y segura chica que caminaba por las calles que yo nunca caminaré de la mano que no voy a sostener nunca más.
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Traté de pensar en otra cosa mientras viajaba en el colectivo. Pero recordé el sueño. La noche anterior soñé con él, de nuevo, ¡basta! cuando creo que estoy más allá de todo se me aparece en ese terreno incontrolable que es el sueño. Lo había soñado con ella. Había soñado un bebé por venir. Había soñado la envidia de verlos felices.
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Mi casa tenía ese aire a frustración que la impregna últimamente, el que emana de nosotros, sus habitantes. Llegar fue sumar una gota más al vaso, a esta altura el derrame era inevitable. Me senté y me lo permití. Me merecía un atracón, así lo pensé. No quería salir esa tarde. Merecía quedarme en esa casa a respirar hasta la última gota de la depresión que circula por sus pasillos. Y así me quedé.
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Ya pasó todo, el hambre desaforado, la purga, el llanto, el encierro, ya se hizo de noche, y ahora espero que mañana sea un día mejor. Me he permitido una recaída, sé que me equivoqué, lo sé, pero sigo sin encontrar otra forma de canalizar mis sentimientos. Es un vicio que tengo hace muchos años.

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