Ella hubiera querido no tener cuerpo, no ser huesos ni carne, no ser músculo o sangre.
Sentía que bajo las cicatrices de su piel, desgarrada para siempre, como un recordatorio de sus peores años, se encontraba recluida la persona que podría ser, pero nunca sería.
La piel es una cárcel y también lo es la mente.
Ella habitaba los pasillos de su reclusión perpetua. Sabe que existe una llave pero no puede encontrarla. Se encierra y la esconde; es su propia carcelera.
El lugar en el que habita está cargado de sueños, entre los barrotes de su cabeza imagina que es otra, libre, plena. Sueña con esa que hubiera sido, con esa que hubiera podido ser.
miércoles, 12 de diciembre de 2007
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